miércoles, 6 de enero de 2010

Justificando lo injustificable.


Por Aimée Cabrera.


Los panaderos pertenecen a un sector que, como los demás, está formado por colectivos de  obreros que sólo quieren ganar más con vistas a  aumentar sus salarios básicos. La calidad en la labor que realizan está, por consiguiente, caen en un  plano inferior.


De sólo recordar el paso por cualquier panadería habanera hace una veintena de años volvemos a olfatear aquel olor delicioso a pan recién horneado. En la madrugada los panaderos quedaban satisfechos con el transeúnte que  los halagara.

No era de extrañar que ofrecieran, una fracción de masa blanca y caliente que se agradecía con sinceridad, antes de devorarla. Aunque era  un pan racionado no dejaba de estar exquisito, por lo que se conservaba varios días a temperatura ambiente.

Este milenio ha castigado al capitalino con panes de una calidad pésima. Ya ni se respeta al cliente que consume las variedades existentes en las dulcerías  especializadas en cobrar sus servicios en la moneda convertible.

En las denominadas “Sylvain” o “Pain de Paris”, se aprecian apetitosos dulces y panes que no logra masticar ni la dentadura más perfecta. La masa falta de los ingredientes principales, y el dejarlos en exhibición a precio de oferta, a pesar de que no estén frescos, desacreditan  a estas casas reposteras.

Por tanto, no hay que pensar en  perfecciones para los panes que venden a la población a módicos precios que oscilan entre los cinco centavos-pan normado- hasta los diez pesos que cuesta el pan duro conocido “de a libra”.

El pan suave que hace una temporada le llamaban flautín y la población  bautizó  como “el desmayao” se vende ahora como pan suave a tres pesos. Esta es la variante más acertada para los que no prefieren la masa dura.

Hay panaderías donde se hacen bastante buenos pero hay otras que dejan mucho que desear. Una de estas panaderías es La Candeal, ubicada en la calle Hospital entre San Lázaro y Callejón de Hammel, en el municipio Centro Habana.

De nada han valido programas televisivos con agudas críticas a este centro elaborador de panes y dulces, ni las que han aparecido en los diarios de la capital. Numerosas inspecciones y  encuestas, a través de los años no han  sido suficientes para esclarecer por qué el pan de La Candeal es tan malo.

Otra pregunta sería desde qué década no se limpian las bandejas de hornear; por esta razón los panes se ven tiznados y algunos dulces no muestran colores atrayentes a quienes deben pagar estas mercancías que son de hecho impagables.

Una carta al periódico Juventud Rebelde criticando el hecho trajo de rebote una respuesta nada más y nada menos  que de la Empresa Provincial de la Industria Alimentaria, EPIA, del Consejo de la Administración Provincial de Ciudad de la Habana.

La respuesta que da el funcionario de EPIA  constituye todo una burla a los  clientes  de esta panadería, porque estén obligados a comprar allí el pan normado, o residan por los alrededores de este centro comercial.

Es usual que ante hechos como éstos, se personen en el lugar grupos de especialistas en tecnología y calidad. Por supuesto que, durante los días que duran las inspecciones, las brigadas hacen el pan como está establecido pero sólo queda esperar unos días, para volver a lo mismo.

Rayó en lo absurdo que el dirigente empresarial reconociera, al final de su misiva, que los panaderos de La Candeal trabajan con harina contaminada, y a modo de resumen aclara que después de contactar con familiares del consumidor afectado (por comprar panes que saben ácidos y se ponen verdes en horas) se les explicó lo siguiente:

“Que  había sido disminuido el porcentaje de harina contaminada y aumentado el de la buena, por lo que quedó solucionado el problema”. Esta violación parece no preocupar a los funcionarios del nivel provincial: La respuesta de EPIA justifica lo injustificable.

La confabulación y el irrespeto se dan la mano en esta esfera de la alimentación. Los comentarios sobre el robo de ingredientes, ganancias sustanciales y soborno abierto o solapado,  convierte a sus trabajadores en ladrones de smoking, con un nivel de vida que ni lo sueña el más talentoso profesional.

Trabajar en una panadería es una posibilidad de  ganar buen dinero. En las madrugadas los maestros panaderos dan órdenes a sus trabajadores, muchos sin vínculo laboral, que preparan los panes bajos en levadura, grasa y harina, tres ingredientes que venden a precio de mercado negro.

Ellos deciden qué  hacer con ese tiempo que les queda libre, y después no hay más que esperar a que se recoja la gran tajada de dinero fácil cuando se ajusta lo vendido por estar normado y lo que va directo a los bolsillos de los principales. Situaciones como éstas seguirán ocurriendo  en las panaderías, mientras no exista un dueño que cuide de su centro, de sus  mercancías,  y de su prestigio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario