viernes, 12 de febrero de 2010

Evasiones agresivas.

Por Aimée Cabrera.


Una situación deprimente ocurrió dentro de un ómnibus urbano en la tarde del domingo 7 de febrero, en el tramo conocido como La Rampa, en el municipio Plaza de la capital.


De pronto el autobús articulado P-1 que se dirigía hacia la barriada de Luyanó se estacionó en la parada cercana al cine La Rampa, zona llena de paseantes de todas las edades, entre ellos trabadores, en las tardes sabatinas y dominicales.


Un pasajero y el chofer sacaban con gran esfuerzo a un hombre aún joven que forcejeaba de manera descomunal, mientras los transeúntes se acercaban a husmear, sin deseos de inmiscuirse en el problema.


Entonces algunos se bajaron del P-1 y comenzaron los comentarios sobre qué había sucedido. El hombre llevaba mucho rato molestando al resto de los pasajeros haciendo intentos por tirarse del transporte en marcha, tratando de usar puertas o ventanillas.


“Todos estábamos asustados, en su forcejeo golpeó a todo el que tuviera cerca, ya no se puede salir a pasear el domingo con la familia”- narraba un hombre acompañado por su esposa e hijos.


Otros opinaban que al no sentírsele aliento etílico al agresor “podía estar drogado”, o “es un enfermo de los nervios, que le dio una crisis”-argumentaba una anciana que mostraba un golpe que éste le habñia propinado en un brazo con su calzado durante el arrebato.


Transcurrían los minutos y solo se vio a un policía que, a tratar de inmovilizarlo no pudo lograr su objetivo. Un buen rato tuvieron que esperar los pasajeros del P-1 para que llegara un carro patrullero con varios agentes.


Lo más deprimente del caso fue ver a un pequeño de unos siete años que gritaba ahogado por los sollozos, asustado, avergonzado, aterrado, ante la actitud de su padre. Este hombre quizás tuvo en mente darle un poco de alegría a su hijo, ese paseo dominical, sin mucha importancia que nunca se olvida.


Mas la fiesta se tornó en tragedia para ambos, una agente se hizo cargo del niño mientras los otros policías trataban de inmovilizarle las pernas y pies al hombre que lucía limpio y decente, las conjeturas sobre su proceder continuaron en aquella acera de La Rampa, por un buen rato.

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