viernes, 18 de febrero de 2011

Crímenes sin castigo

Jorge Olivera Castillo

Enero 2011


“Murió asfixiado. Nada se pudo hacer”. Con esas palabras terminó la explicación de Teresa en referencia a la muerte de su padre ocurrida el pasado 4 de enero. De acuerdo a los detalles aportados por ella, el deceso pudo evitarse. La no aplicación de oxígeno artificial provocó el colapso del sistema respiratorio.


De poco sirvió el urgente traslado al hospital Calixto García; allí se apagó la vida del anciano, aquejado de neumonía. Un médico expresó, confidencialmente, que la disponibilidad de balones con oxígeno no cubre las necesidades del hospital lo que, estima, es la causa de decenas de muertes.


“Muchas vidas pudieran salvarse con una oportuna y eficaz asistencia médica, pero aquí falta de todo. Incluso carecemos de personal calificado. Muchas plazas han sido cubiertas con personas que no reúnen los requisitos mínimos para desempeñar este trabajo, directamente responsabilizado con la preservación de la vida de los seres humanos. En este caso, la fallida alternativa para calmar la falta de aire anuló las posibilidades de sobrevivir. Una inyección de aminofilina complicó el cuadro clínico, provocando el deceso. Entre los altos niveles de negligencia e indisciplina, la falta de equipos y la ausencia de condiciones elementales que deberían existir en cualquier hospital, ocurren muertes que no son naturales, sino que tienen que ver con las carencias y bajos índices éticos y morales”, explicó el médico.


Tales fenómenos no son exclusivos del Calixto García. Constituyen el denominador común de la red de salud pública desde hace tiempo, con sobradas señales para decretar su inviabilidad en términos de calidad asistencial y uso racional de los limitados recursos.


Desde los primeros años de la década del 90, la situación ha ido declinando hasta alcanzar en la actualidad alarmantes signos de descomposición.


“Mi esposo murió por el retraso en la llegada de la ambulancia. Imagínate, había una sola para todo el hospital. Eso fue hace 2 años, dudo que las cosas hayan mejorado”, refirió María Elena Corso, otra persona afectada por la muerte de un familiar ingresado en un centro médico capitalino, debido a negligencia médica. Ese trágico desenlace también tuvo lugar en el hospital Calixto García.


Una visita a cualquiera de las instalaciones de este tipo, tanto del Ciudad de La Habana como de otras provincias, basta para cerciorarse de que el peligro de morir por motivos ajenos a la enfermedad que se padece, está siempre presente. Por fortuna, todavía se encuentran médicos y personal de enfermería comprometidos con el juramento hipocrático. Lástima que sean experiencias excepcionales.


Cada vez más estos encuentros médico-paciente, que deberían caracterizarse por la armonía y la compasión, se vuelven más dramáticos. Malos diagnósticos, la fatal tardanza en la administración de un medicamento, una áspera respuesta, y muchos otros actos condenables, se han convertido en la norma para miles de nuestros trabajadores de la salud.


Al analizar las causas de la cadena de sucesos fatales, se llega a la conclusión de que se trata prácticamente de asesinatos. Bajo una lacónica causa en el certificado de defunción desaparecen las huellas del delito. ¿Hasta cuándo la impunidad?

oliverajorge75@yahoo.com

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