martes, 20 de abril de 2010

BRINDIS AMARGO POR EL FUTURO


René Gómez Manzano

Abogado y periodista independiente


Durante este abril, los interesados en los temas cubanos hemos presenciado un suceso inusitado: el debate entre un político declaradamente anticastrista y un artista históricamente vinculado a los círculos de poder de La Habana.

Esta batalla de ideas —que es tal de verdad, no sólo de nombre—, que en cualquier país civilizado —incluyendo la Cuba de antaño— resultaría absolutamente normal, nos parece ahora, por obra y gracia de medio siglo de totalitarismo, algo insólito.

Carlos Alberto Montaner y Silvio Rodríguez son —a no dudarlo— intelectuales cubanos de talla mundial. Ellos desarrollan sus actividades en ramas diferentes del saber humano: la ensayística y el periodismo el primero; la música y la poesía el segundo.

Ya esta sola circunstancia indica una cierta asimetría en la discusión. Lo lógico sería que ésta se hubiera entablado entre homólogos. Digamos: que el contrincante del brillante político liberal radicado en Madrid fuese un dirigente comunista o alguno de los habituales de la Mesa Redonda.

Creo que hay aquí buenos temas para reflexionar: ¿Tal vez su no participación en el debate haga comprender a algunos alabarderos del castrismo hasta qué punto los menoscaban la incondicionalidad y la obsecuencia; que los haga meditar en lo conveniente de pensar con su propia cabeza?

Y por otra parte, ¿acaso estos sucesos no demuestran que la vieja Cuba estalinista está en fase terminal? Una controversia como ésa habría sido inconcebible bajo el “padrecito de los pueblos”, como lo es hoy en la Corea de los Kim. Pero también lo habría sido en la Cuba de los años setenta.

En cuanto al debate en sí, sería una petulancia de mi parte pretender terciar en él. Por supuesto que mis simpatías están del lado de Carlos Alberto, pero aquí valdría la pena parafrasear al filósofo griego: Me considero amigo de Montaner, pero soy más amigo de la verdad. Incluyendo —desde luego— las muchísimas verdades que él ha expresado.

Sólo quisiera hacer a ambos contendientes una sugerencia: Creo, compatriotas, que los hechos demuestran que hay dificultades a menudo insuperables para que los cubanos de uno y otro bando nos pongamos de acuerdo en el pasado. Además, esa labor —más propia de historiadores— no promete muchos beneficios.

Para sacar a Cuba del agujero en que se encuentra, ¿es imprescindible que los opositores al régimen cubano y sus partidarios de talante reformista coincidamos en nuestras valoraciones sobre la justicia —o falta de ella— de las matanzas de soldados somalíes en el Ogadén? ¿O en la utilidad de la guerra de Angola?

Pienso que lo verdaderamente útil, lo imprescindible, es que pensemos en llegar a consensos sobre el futuro. Muy probablemente, la salida de la tenebrosa situación actual de nuestra Patria pase por acuerdos esenciales entre quienes nos oponemos al sistema y los que, aunque postulando la necesidad de cambios sustanciales, manifiestan apoyarlo.

Es posible que esto desagrade a algunos, tanto en un bando como en el otro, pero la noble idea de democratizar y hacer prosperar a Cuba bien merece que estemos dispuestos a apurar ese trago, aunque nos parezca amargo.

La Habana, 13 de abril de 2010.

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