lunes, 17 de mayo de 2010

De viaje hacia la ciudad.


Por Aimée Cabrera.


En Cuba es un privilegio tener un automóvil, aún quienes lo poseen, y en buen estado tienen que recurrir al transporte urbano para llegar, por ejemplo , al trabajo, en caso de que no exista transporte en su centro laboral, como ocurre la mayoría de las veces.


Las paradas de ómnibus se mantienen llenas en cualquier horario, y las de La Habana no son excepción. En los barrios de la periferia, desde bien temprano, las personas llegan a las paradas para llegar a tiempo al centro de la ciudad.


La mayor parte de las veces tienen que hacer recorridos de 50 minutos, y hasta de una hora o más bajo las condiciones estresantes que conlleva viajar en carros atestados donde no hay comodidad ni para permanecer de pie. Los mismos que demoran demasiado cuando logran subir a ellos, todos los necesitados.


Los que logran sentarse conversan ensimismados y bien alto, por lo que otros pasajeros se enteran de situaciones de todo tipo las cuales pueden o no interesarles, como la de las señoras que estaban retrasadas para la consulta del médico, o las jóvenes estudiantes que describían los encantos del nuevo profesor de deportes.


Si el chofer es consciente de que debe transportar a esos cientos de hombres y mujeres desesperados por abordarlo, comienzan las quejas por la evasión del pago de pasaje, los que piden entrar por las puertas de atrás, los que obstruyen los pasillos con cajas y grandes maletines, o el que se traba y no puede caminar hacia la puerta de salida.


Pero si el chofer es un grosero comienza por estacionarse fuera de parada y bien lejos, si bien no se lleva alguna que otra parada ocasionando la lógica algarabía de los afectados, a él no le importa si una mujer en avanzado estado de gestación o un niño, o un anciano se caen o se golpean por los bruscos frenazos, o por transitar a exceso de velocidad.


Estudiantes, trabajadores, o quienes se dirigen a diversas gestiones tienen que soportar estos y otros maltratos con tanta frecuencia que ya están acostumbrados. “¡Qué voy a hacer, no puedo coger un carro de a diez pesos todos los días!”-argumenta un hombre que reside en la localidad de Campo Florido, punto alejado del centro citadino.


Los problemas relacionados con el transporte urbano parecen no tener solución. En la capital han aumentado las rutas de los ómnibus articulados que se deterioran por lo largo de sus itinerarios y las pésimas condiciones viales donde los baches pululan y el asfalto se echa sin rellenar correctamente.


Pero nunca más se restituyeron rutas de ómnibus que garantizaban la comodidad de los pasajeros. Ahora ha cesado en sus funciones el ministro de transporte, ocupando este escaño quien lo fuera hace unas décadas. Los cambios de dirigentes en este sector no han logrado jamás que el pueblo se sienta complacido con este vital servicio.

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