lunes, 27 de septiembre de 2010

BLOQUEO YANQUI


Frank Correa


En la calle L y Malecón del céntrico barrio habanero El Vedado, se eleva la Oficina de Intereses de Los Estados Unidos, un edificio de muchos pisos con ventanales de cristales verdes que restallan el brillo del sol y es identificable desde los puntos más lejanos de la capital. Todos los días desde hace muchos años, acuden a él cientos de ciudadanos cubanos a tramitar documentos, casi siempre con el objetivo de emigrar al país del norte.


A un costado frente a este edificio existe una vieja casona en ruinas que en su tiempo debió haber sido una mansión soberbia. Los restos donde se elevó una vez la barbacana aún circundan el perímetro. Una escalinata de mármol conduce a un vestíbulo con una puerta destartalada. Parches de repellos, ventanales rotos taponados con cartones y los muros derruidos, descubren una total falta de cuidado por parte de los encargados del mantenimiento y la conservación del inmueble.


En la segunda planta, la balaustrada huérfana de piezas en casi toda su extensión y con el cimiento cuarteado, limitan el entorno donde una vez estuvo la terraza. El vacío de los triglifos, esos adornos del doso dórico que van de los arquitrabes a las cornisas, le impregnan a la edificación el enfático signo de la decadencia.


Pero lo que más asombra a quién mira con ojo crítico la vieja mansión, es un cartel pintado a mano que anuncia en lo que han convertido la casona: Dirección Municipal de Deportes El Vedado.


Una vez me acerqué a la instalación, pregunté a un funcionario por qué no restauraban aquella arquitectura tan representativa del estilo neoclásico habanero.


Me observó unos segundos, luego me contestó secamente que ellos eran la confirmación tácita de las consecuencias del bloqueo yanqui.

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