lunes, 27 de septiembre de 2010

Ni lo piense, no vuelve


Martha Beatriz Roque Cabello

(Por su importancia incluimos este artículo)


Los sindicatos son instrumentos que han de servir para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, dentro de la organización social existente. Internacionalmente se recuerda el papel de algunos, por ejemplo, tras la muerte de Franco resurgió la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores) como central sindical; y el Sindicato Solidaridad, bajo el liderazgo de Lech Walesa, y con el apoyo incondicional de la Iglesia Católica polaca.


También en la isla del socialismo tropical existen los sindicatos, agrupados en la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), pero no cumplen lo que dicen los manuales y la historia, acerca del papel que les toca en la sociedad. Habría que destacar que el Secretario General de la CTC, Salvador Valdés, es miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba.


En todo el proceso de reducción de plantillas (considerablemente abultadas en el sector estatal) que se llevará a cabo en los próximos meses, se plantea que el éxito dependerá en buena medida del aseguramiento político que se debe acometer con la activa participación de la Central de Trabajadores de Cuba y las organizaciones sindicales. Cabría preguntarse: ¿De qué lado están los sindicalistas cubanos? ¿Qué intereses defienden?


Dentro de las propuestas que se ha hecho el gobierno, está la de ir suprimiendo los enfoques paternalistas que desestimulan la necesidad de trabajar para vivir, pero para ello tendrán que empezar por rectificar la Constitución de la República, que en su Artículo 9, plantea: “El Estado, como Poder del pueblo, en servicio del propio pueblo, garantiza que no haya hombre o mujer, en condiciones de trabajar, que no tenga oportunidad de obtener un empleo con el cual pueda contribuir a los fines de la sociedad y a la satisfacción de sus propias necesidades; que no haya persona incapacitada para el trabajo que no tenga medios decorosos de subsistencia”.


El paternalismo es uno de esos términos utilizados para explicar la situación improductiva que existe en el país y cae en el vacío, como si nadie supiera quién tomó estas decisiones en un momento determinado de los últimos 51 años, bajo una economía ineficiente, bajo un control político total.


Un número considerable de personas cobra subsidio sin trabajar, como consecuencia, entre otras cosas, de la desaparición de empresas y de la fusión de organismos de la administración central del Estado; situaciones que han creado conceptos como “trabajadores disponibles”, “interruptos”, “excedentes”, que los mantiene vinculados a cada centro laboral con un tratamiento salarial específico. No hay una información concreta si éstos se cuentan dentro del millón 200 mil empleados que sobran.


La culpa mayor de la incapacidad de desarrollo del país, siempre ha gravitado, como espada de Damocles, sobre las cabezas de los trabajadores; son ellos los que tienen que aumentar la eficiencia, la productividad, para elevar los salarios y obtener la sustitución de importaciones y el incremento de las exportaciones. Pero aunque hipotéticamente esto se lograra, sería imposible sostener los gastos de un sistema basado en el control político, el mal llamado internacionalismo y la propaganda externa e interna, sin límites.


En medio de esta situación, hay una realidad que salta a la vista: un grupo de productores agrícolas ha requerido al gobierno porque algunas de sus cosechas están en el campo sin recoger. Estos campesinos dieron respuesta a los reclamos de aumentar la producción, y sin embargo, en estos momentos nadie se ocupa de comercializarla, y como se sabe, ellos no sin la ayuda del Estado. El escándalo ha tomado proporciones tan grandes, que el Noticiero Nacional de Televisión ha divulgado la información. También las palabras de los que fueron engañados e invirtieron su dinero y su esfuerzo, sin remuneración.


Es mucho lo que hay que transformar, según dicen los gobernantes, pero cualquier pequeño movimiento que se haga traerá como consecuencias un cambio en la vida de una parte importante de la sociedad, y no precisamente para mejorar. Hay que entender desde ya, que esto no va a sucederse desembarazadamente, sin objeciones y tropiezos; mientras más se demore el reajuste, más crecerán las dificultades.


Este tipo de análisis permite responder con un no categórico, el cuestionamiento de aquellos que piensan que Fidel Castro volverá a ocupar sus cargos en el Gobierno y el Estado. Sería imposible para él desviar en estos momentos su atención sobre “la paz mundial”, para preocuparse de la solución de los problemas económicos, sociales y políticos por los que atraviesa el país y que requieren de desenlaces urgentes. No importa que con sus decisiones –muchas de ellas para solucionar problemas perentorios- haya sido el causante de tan tremenda situación; su exceso de autoestima todavía lo hace persistir en querer convertirse en un líder internacional, a quien hay que consultar.


Sería mucho más creíble, si antes de proclamar la paz para el mundo, la instituyera dentro de Cuba; si dejara de golpear a los opositores, los presos, los que disienten; si disolviera las brigadas de respuesta rápida; si desistiera de encarcelar por el solo hecho de no pensar igual que el gobierno; si mejorara el discurso virtual de llamar a todo el que no apoye la dictadura “enemigo de la Patria”.

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