martes, 2 de noviembre de 2010

LA HABANA QUEDA EN LA HABANA

Frank Correa



Fernando de Dios y Daniel Bless, son dos guantanameros que hace unos años casi protagonizan la hazaña de ir de Guantánamo a La Habana en bicicletas.


La idea fue de Fernando. Ir desde el Guaso hasta la capital por tramos, con paradas en los pueblos más importantes de la isla, donde los Comités Municipales de la Juventud Comunista les darían la bienvenida, comida, hospedaje y los despedirían a la mañana siguiente en la línea de partida, para acometer el próximo tramo y repetir el procedimiento para finalizar en el capitolio nacional, el 7 de Diciembre.


A Daniel le gustó la idea de conocer otros pueblos, tener comida y hospedaje gratis, conocer mujeres. A Fernando le interesaba más la propaganda, resaltar en la nomenclatura comunista, llegar a La Habana. Se escudó en la figura del Titán de bronce, General Antonio Maceo, que cayó en Punta Brava un 7 de Diciembre. El proyecto contó con el apoyo del Partido Provincial y la Juventud Comunista de Guantánamo.


El 28 de Noviembre, una representación de las organizaciones políticas acompañó a los dos jóvenes hasta El Redondel, una gasolinera situada en la salida del pueblo. El Primer Secretario del Comité Provincial de la Juventud leyó un comunicado de despedida. Un fotógrafo captó el momento, el grupo de militantes aplaudiendo, los homenajeados con las bicicletas listas y los ojos clavados en la carretera. Fernando aparece feliz, Daniel profundamente preocupado.


Los ciclistas comenzaron la marcha. Debían llegar a Santiago de Cuba en la primera etapa. Luego Bayamo, Las Tunas, Camaguey, Ciego de Ávila, Villa Clara, Sancti Espíritus, Matanzas, La Habana. Ese conteo estuvo martillando la cabeza de Daniel durante los primeros diez kilómetros. Y se fue acentuando a medida que aparecieron las primeras montañas. Pedaleaban en silencio, bajo el sol de Noviembre, que comenzó a anegarlos de sudor cuando iban por el kilómetros diecinueve. El peso de las mochilas terciadas a la espalda fue creciendo en la medida que los kilómetros aumentaban.

Camiones, autos, guaguas, pasaban a toda velocidad y desaparecían rápidamente. Daniel comenzó a rezagarse. Fernando aminoraba la marcha para esperarlo.


En el kilómetro treinta apareció la cafetería de Granadillo, en la ribera de la presa La Yaya. Daniel propuso una parada, pero Fernando dijo que no era necesario. El acuerdo era pedalear fuerte, a un ritmo sostenido hasta Yerba de Guinea, en el kilómetro sesenta, donde se detendrían a orinar y descansar diez minutos. Luego seguir hasta Santiago de Cuba, con llegada en horas de la tarde. A Daniel de repente el kilómetro sesenta le pareció horriblemente lejano, se detuvo.


--Vamos a coger un diez.


Sin hacer caso a la reprimenda de su compañero, se internó en la maleza. Su tardanza comenzó a inquietar a Fernando, que lo llamó varias veces sin resultados. Nada peor que la indisciplina para estropear los planes de entrar a La Habana el 7 de Diciembre. Para cumplir esa meta el dúo debía funcionar como un reloj, sin intermitencias, pero ya estaba detenido, prácticamente en la línea de partida. Por fin Daniel salió del matorral y sorprendió al amigo con sus palabras.


--Voy pa´l agua.


Caminó en dirección a la presa. Ni la comida que le esperaba en los pueblos, ni los hoteles con aire acondicionado, ni las mujeres que pudiera conseguir, ni siquiera los intereses políticos de su amigo, podían ya con los mil trescientos cincuenta y nueve kilómetros que le aguardaban por delante. Miró con desdén la autopista que se perdía ante ellos y se sintió más cansado. Si Yerba de Guinea, que estaba como se dice al doblar de la esquina, le parecía muy distante, La Habana era imposible de alcanzar. Dejó caer la mochila sobre la hierba, se quitó la camisa y los zapatos, satisfecho con su decisión de abortar la hazaña. El agua fría de la presa lo esperaba para restaurar sus fuerzas y permitirle regresar a Guantánamo.


Fernando lo siguió hasta la orilla, echándole una descarga moralista y una arenga patriótica. Daniel se volvió un momento antes de sumergirse.


--Oye, mi hermano. ¿Tú sabes donde queda La Habana?

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