Por Frank Correa
Jaimanitas es un pueblo costero enclavado en el noroeste de Ciudad de la Habana. La primera mención historiográfica de su existencia la cuenta una leyenda nativa: En su peregrinaje de cada noviembre por La Habana, San Cristóbal penetraba a la tierra desde el mar exactamente por la desembocadura del río Jaimanitas.
Luego es Cirilo Villaverde en su inmortal Cecilia Valdés, quien la recrea como espléndido lugar de esparcimiento, agradecido por sus playas pequeñas y limpias. Fue conocida también por el desarrollo pesquero que adquiere a partir de los años 20 del siglo pasado y por ser la cuna de legendarios artistas de la pesca: Atila, Peje diente y los Mallorquines.
Resulta distinguida en el ámbito deportivo por su flamante equipo de buceo submarino campeón del mundo en la década del 40. Cobra mayor notoriedad a raíz de la captura en sus inmediaciones del pez dama más grande de que se tienen noticias, denominado por la prensa de la época El monstruo marino un suceso de trascendencia popular y científica.
En 1959 las playas fueron abiertas para todos y el pueblo de Jaimanitas gozó libremente de sus arenas y sus aguas al convertirse en Círculos Sociales el Cabo Parrado, antiguo Club de la marina de guerra del ejército de Batista y la otra playa, que estaba ocupada por una gigantesca y misteriosa mansión privada.
Pero hoy, estos dos Círculos Sociales, han limitado su uso y beneficio sólo para asociados. El Marcelo Salado destinado a la industria ligera y el Aracelio Iglesias para miembros del ministerio de la pesca.
Hoy los habitantes de Jaimanitas no pueden disfrutarlas. Igual que antes están relegados al arrecife, al diente de perro y a las pozas que aparecen cada vez más reducidas por la erosión y la basura colectiva.
Los más osados brincan las cercas del perímetro, evaden la vigilancia de los custodios y se mezclan entre el bullicio de los socios y sus familias, como intrusos en un lugar que antes les pertenecía.
Resulta muy difícil convencer a los niños y prohibirles no traspasar las cercas de los Círculos. Ellos ven esas playas situadas a sólo unos pasos y escuchan las historias de los mayores que hablan de cuando estaban abiertas para todo el mundo y eso los hace sentirse naturales y dueños por derecho de cercanía.
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