viernes, 26 de noviembre de 2010

NI CON LOS CABALLOS DE ATILA

FRANK CORREA


Dicen los viejos residentes del poblado de Jaimanitas que antes de 1959, cuando triunfó la Revolución, la desembocadura del río y la costa que rodeaba la zona era un lugar muy agradable: allí estaban enclavados el club La Playa y el club Miami, con sus bellos restaurantes, casetas para alquilar trusas, equipos de buceo, bicicletas. Todo permanecía siempre muy limpio, con sus arenas blancas y el agua de un azul transparente.


En la misma desembocadura del río había un bar llamado El Cañón, abierto las 24 horas del día. En su puerta descansaba sobre la arena un viejo cañón del siglo XVIII. También había varias cabañas pertenecientes a un norteamericano de apellido Harrys, para alquilarlas a familias que permanecían temporadas en Jaimanitas.


Todas estas instalaciones gozaban de un gran número de empleados de oficina y mantenimiento, una gran fuerza de trabajo que desapareció junto a las instalaciones cuando se pusieron en práctica las leyes de intervención, aplicadas por el gobierno cubano e incluso todo el comercio del poblado.


Las cinco cabañas se convirtieron en viviendas. Hasta el viejo cañón fue retirado, no se sabe por qué, y nunca más regresó a su sitio. Todo aquel lugar que antes era un magnífico balneario, es hoy un vertedero colectivo, donde todo el pueblo lleva sus desechos. La arena fue saqueada indiscriminadamente, los temporales contribuyeron al destrozo arrojando piedras donde antes podía disfrutarse de una hermosa playa.


Con el paso del tiempo, las familias que ocuparon las cabañas del norteamericano se multiplicaron y a consecuencia del hacinamiento han convertido el pequeño caserío en un engendro de cuartos que ellos mismos han puesto de nombre La Ciudadela de Jaimanitas.


Recientemente, los inspectores gubernamentales, luego de hacer un recorrido por dichas casas, declararon inhabitable la llamada Ciudadela, a consecuencia de la falta de agua y por supuesto, de la mala higiene. Sus habitantes tienen la orden de trasladarse a los albergues destinados para estos casos, pero se niegan y se han organizado para una lucha por sus derechos de permanencia, reclamando materiales de construcción y reparaciones en las redes sanitarias.


Crispín es el más viejo de La Ciudadela de Jaimanitas. A pesar de sus ochenta años expresa que para sacarlo de allí, ni con los caballos de Atila.

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