viernes, 26 de noviembre de 2010

UNA CIUDA PARA RECORDAR

FRANK CORREA

La Habana Vieja se restaura a paso de gigante, dice Eusebio Leal en un documental y nos vamos con él por las calles adoquinadas, las antiguas casonas de condes y marqueses recién pintadas, los hermosos patios interiores a contra luz y los musgosos y húmedos muros antiquísimos y vegetación con un verdor casi plástico que invita a quedarte para siempre allí.


Caminamos con él y casi vemos en su cándida y exacta oratoria, la calle de los Mercaderes, donde se podían comprar a precios muy baratos el canistel, el anon, las guayabas de Perú, las peras chinas… o por las calles de los Oficios, donde las tejedoras hilaban en los portales y los artesanos confeccionaban sombreros y sandalias allí mismo, entre las columnas ensombrecidas y apacibles.


Los cafés aparecen con sus nombres originales y su arquitectura rescatada al paso del tiempo, donde los jugos frescos y las frituras estaban al alcance de la mano y la ciudad toda llena de luz y alegría, adornada con el eco de los pregoneros y la música que para los cubanos es como respirar o reír.


Hermosas palabras con tono luctuoso y firme de ese conocedor de nuestra historia, pero si ya la has rescatado Don Eusebio, ¿por qué no puedo comerme la fritura o tomarme el jugo, o sentarme en el restaurante La Dominicana y degustar un buen filete de pescado al horno, o una paella grande y llena de colorido, como tus palabras la dibujan…?


Lo sé, son los chavitos que no tengo, Don Eusebio. Esos lugares y esas comidas tradicionales siguen enclaustradas en el tiempo. Has rescatado una ciudad solo para recordarla, intacta, inaccesible, con su esplendor de antaño y su abundancia, mientras que yo, con mis dos pesos cubanos, tengo que verte pasar rodeado de turistas y tomarme un refresco en una paladar de procedencia dudosa y meterme en el estomago un invento de fritura de yuca.

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